sábado, 17 de diciembre de 2011

Everybody hurts sometimes.

La vida es luchar para salir a flote y mantenerte en la superficie.

Hasta ahí bien. Todo claro. ¿Es fácil? ¿Es difícil? Eso depende de cada persona. Simplemente es.

El problema empieza cuando compartes tu vida con otra persona. O cuando otra persona se convierte en tu vida.

Lo lógico es aprender a nadar a la vez, no solo al lado. Pero eso siempre, siempre -¡s-i-e-m-p-r-e!- resulta complicado.

En el momento en el que unes tu vida a la de alguien, debes hacer ciertos cambios. Lo que antes era una lucha por tu supervivencia se convierte en una lucha por vuestra supervivencia. Ya no tienes que salir a flote con tus problemas, sino que cargas también con las de tu compañero de viaje. Y lo peor es que por mucho que te esfuerces, al final acabarás golpeándole al intentar impulsarte -impulsaros- hacia arriba. Porque todo el mundo hace daño a los demás aunque no lo quiera. Pero si ese "los demás" es un "alguien" que está tan cerca de ti es más fácil chocar, y herir.

Pero no todo es tan negro. Es más, creo que todo es verde en ese sentido. Verde esperanza.

Un "nosotros" siempre es mejor que un "yo". Tener que llevar sobre tus hombros el peso de tus problemas y de los de otra persona también implica que pesarán la mitad, porque habrá alguien con quien compartir el esfuerzo. Y, sobre todo, con cada golpe que recibas, con cada golpe que des, estarás más cerca de alcanzar la sincronía con esa persona, de llegar juntos a la superficie y de olvidar que alguna vez estuvisteis en el fondo.

martes, 13 de diciembre de 2011

Tener ojos no significa poder ver.

¿Qué le pasaría a un hombre que cruza un paso de cebra en un día de intenso tráfico con una venda en los ojos?

Llamaré a ese paso de cebra vida, y a esos coches verdad.

¿Qué le pasaría a un hombre que cruza un paso de cebra en un día de intenso tráfico con una venda en los ojos?

La respuesta es terriblemente distinta. Y terriblemente injusta en ambos casos.

Cuando en este mundo una simple venda de ignorancia autoimpuesta deje de convertir en invisible la verdad que intenta llegar hasta las personas, en ese momento, empezaré a buscar el sentido a las acciones de aquellos que me rodean.

Hasta entonces tengo un misterio más importante que resolver; ¿a qué huelen las palabras?

El club de los asociales muertos.

Las cosas más profundas se me ocurren en los momentos más superficiales y cotidianos. Algo normal si tenemos en cuenta que hay más posibilidades de que reflexione sobre los misterios de mi existencia en mientras lavo los platos que en medio de una tormenta apocalíptica -también interpretable como lluvia, algo de viento y cuatro o cinco truenos- que hace temblar las paredes de mi cuarto -mentira. Me hace temblar a mi-.

Así que mientras hacía sopa, se me ocurrió que a mi nadie me ha preguntado nunca si quiero formar parte de la sociedad. ¡No hay forma de huír! ¡Estamos atrapados por reglas de educación, por modas, por lo políticamente correcto, por el qué dirán! La sociedad es una cárcel invisible delimitada y cerrada herméticamente por el temor que nos inspira lo que hay fuera de ella; la soledad. Por otra parte, ese miedo a la soledad a la que te condenaría el dejar de formar parte de la sociedad es hasta cierto punto irónico, ya dentro de ella abunda el individualismo, la incomprensión, la falta de valores…

Un momento, ¡que no cunda el pánico! La vida no es un juego, pero se pueden hacer trampas. La trampa más recurrente en el tema sociedad/individualismo, y mi favorita es soñar despierto. ¿Qué hay mejor que recrear en tu cabeza una y otra vez situaciones idílicas? -señores, por favor, sé que la respuesta es "vivirlas", pero absténganse, no deben responder a una pregunta retórica. ¡Cuánta maldad!-. Por supuesto no todo son ventajas, tiene un gran inconveniente; si pasas demasiado tiempo en tu propio mundo de fantasía puede causarte una desvinculación con el mundo real que acabará por causarte problemas o incluso sufrimiento. Está bien refugiarse temporalmente en tu mente y sus fantasías, pero no debes encerrarte en ella.


Por último, tened en cuenta que este es el punto de vista de una persona extraña. De esas que no encajan ni siquiera dentro de su propia mente. ¿Cómo va a haber sitio en la sociedad para una chica gato?

lunes, 12 de diciembre de 2011

Ring, ring.

Allí estaba yo, intentando plasmar por palabras una escena en la que él por fin se atreve a llamarla, ella por fin reúne el valor necesario para contestar, cuando pensé… ¡Catástrofe! ¿Cómo se me ocurre a mi usar la onomatopeya "ring ring" para representar el teléfono que suena? ¿¡Cómo!? Sacudí mi cabeza indignada conmigo misma. ¿En qué momento me había quedado dormida durante el camino del progreso tecnológico y lingüístico? ¿Sería mi culpa, por no haberme sumado al cambio? Ese personaje de ficción femenino debía estar odiándome con cada letra que forma su existencia. Yo no quería hacer de ella un personaje medieval, pero le había condenado con ese tono de llamada. Cerré los ojos llena de pesadumbre y me aparté el flequillo de la cara con un lento movimiento de mano. Y allí estaba yo cuando ocurrió. Mi blackberry empezó a vibrar. Y cual huella dactilar en las gafas de un cadáver un ring ring chirriante y malévolo me dejó claro qué tipo de persona soy. 



Apagué el aparato con un golpe seco a todos sus botones. Suspiré profundamente antes de sonreír con malicia. 
Siempre podré decir que es un redescubrimiento del sonido antigüo. Siempre podré hacerme pasar por una modernilla más. 




Enviado desde mi dispositivo BlackBerry®.
Enviado desde mi ordenador de sobremesa con Windows XP.

Cuando me independice ya buscaré un título.

"Eyy, k lla tienes 18 k lla puedes ir a la karcel i independizarte!!!!".

Traducción literal: "Eh, que ya tienes dieciocho años, que ya puedes ir a la cárcel e independizarte."
Traducción libre: "Eh, oye, oye. ¡Has cumplido dieciocho! Puedes hacer todo lo que antes hacías ilegalmente -beber, fumar…- pero con el buen sabor de boca que deja restregarle el DNI por la cara a aquel portero de bar que nunca te dejaba entrar. Pero tampoco te emociones demasiado, la mayoría de edad es un arma de doble filo. ¡Ya no eres una niña! Tienes responsabilidades. Como decía aquella peli de… ¿Spiderman, puede ser? Un gran poder conlleva una gran responsabilidad."

Pero esto sólo es un ejemplo cualquiera que muestra de lo que -desde mi punto de vista- es la visión más extendida en la sociedad sobre la independencia; cuando alcanzas determinada edad, tienes la opción de independizarte. No importa tanto tu madurez mental sino tu situación económica. Porque para la gente independizarse es irse de casa. Vivir por tu cuenta. Ganar tu propio dinero.

Pues bien, mi espíritu inconformista -adjetivo que funciona como eufemismo de "quejica" o "con ganas de llevar la contraria" en este caso- no coincide con esa visión.


Así que aquí tenéis mi modo de verlo.


Aprender a andar es -literalmente- el primer paso hacia la independencia. El primero de muchos. Aprender a leer y escribir es, sin duda, uno de los pasos más relevantes. ¿Por qué? Porque las palabras son la base de las ideas. Si no piensas por ti mismo, nunca serás independiente, nunca serás libre. Poco a poco vas creciendo y aprendes a barrer, cocinar, hacer la compra… Pero eso no lo determina la edad. Hay gente que está preparada para ser independiente a los catorce, y hay gente que quizá nunca llegue a estarlo. No es algo mágico que despierta en una parte de tu cerebro dieciocho años después de haber llenado por primera vez tus pulmones.



Teniendo en cuenta mi punto de vista, os planteo el problema.


Cuando cumples la mayoría de edad se te plantean ciertas elecciones -a menudo relacionadas con los estudios- que darán rumbo a tu vida, y que quizás no tengan modo de deshacerse. La gente que está preparada puede tomarlas -casi- tranquilamente. Pero… ¿Y la gente que no ha llegado a ese punto de madurez?


¿Qué ocurre cuando tienes tu futuro en tus manos y no sabes qué hacer con él?


La frase "tienes el futuro en tus manos" no siempre es buena. Porque en un descuido se te puede caer y hacerse pedazos.








Nota: Sé que pese a que este post gira en torno al tema independencia/futuro, no está muy bien organizado y tiene varios saltos entre ramas distintas de dicho tema. Se debe a que lo que ha empezado siendo un simple post para el blog ha acabado siendo un desahogo más directo y menos elaborado.

martes, 11 de octubre de 2011

El día que murió mi fruta electrónica.

Si le preguntas a una persona aleatoria de un país aleatorio en qué gastaría un deseo en caso de tenerlo, su respuesta podría ser de dos tipos;

  • La respuesta cliché, esa que te hace quedar como una persona con valores morales íntegros, los tengas o no. "La paz mundial. Una cura para el cáncer. Que los niños de África tengan comida y agua."
  • La respuesta totalmente honesta, esa que se pronuncia dejando a un lado el 'qué dirán', quizás teniendo la esperanza de que ese deseo se cumpla mágicamente. "Ser millonario. No tener que pagar la hipoteca."
Obviamente, estos no son los dos únicos tipos de respuesta posibles, pero sí los más probables.

Yo, que vivo en el planeta Tierra, en el continente Europeo, gozo de todas las comodidades que una familia de clase media española puede esperar, estoy al corriente de la situación política, económica y social actual.
Sé que el mundo va mal.

¿Y qué habría pedido como deseo el día diez de Octubre de dos mil once?
Habría pedido que volviese el Internet a todas las BlackBerrys.
Sin pensarlo. Sin pararme a valorar los pros y los contras. Sin plantearme otras opciones.
Por supuesto, me habría arrepentido.

Ayer, me di cuenta de algo que ya sospechaba, mientas leía mi bullicioso timeline de Twitter.
Hoy en día somos - soy - adictos a la tecnología.
Mientras los dueños de las blackberrys repentinamente transformadas en móviles a la vieja usanza desesperaban - desesperábamos -, pude comprobar hasta qué punto dependemos de ciertas redes sociales, de la posibilidad de estar comunicados veinticuatro horas con todo el mundo.

Y no me gustó.


Y aquí estoy, horas después. Con el dichoso aparatito al lado del portátil.
Porque el hecho de que no me guste la situación no significa que la vaya a cambiar.

Y hasta aquí, otra pequeña muestra de la estupidez humana.

sábado, 8 de octubre de 2011

Tempus fugit.

Hace unos meses estuve de excursión - o visita cultural, para que suene más didáctico - en el Museo Guggenheim de Bilbao, y desde entonces no dejo de darle vueltas a una de las esculturas.
Era una cuna con forma de reloj de arena. Algo muy simple, ¿Verdad?
Pues bien, dicha escultura no es otra cosa que un referente más al proverbio latino Sed fugit interea fugit irreparabile tempus, también conocido como tempus fugit. Forma parte de la sabiduría popular que nacer es empezar a morir, que nuestro tiempo en este mundo es limitado.
Y sin embargo parece que a poca gente le importa hoy en día.
No hablo de tener miedo a morir. No merece la pena, al fin y al cabo es un suceso inevitable. Hablo de que en la sociedad actual la gente parece no darse cuenta de lo efímero de su existencia hasta que no vislumbran la muerte como un amigo cercano que pronto vendrá a reunirse con ellos.
El tiempo corre, vuela. Pero actualmente sólo permitimos que nos afecte en la misma cantidad que puede contener un reloj.
Nos mostramos más molestos cuando alguien nos hace esperar cinco minutos de más que cuando pasamos un día entero dejando pasar ese valioso tiempo sin ser aprovechado.
Está bastante claro que no nos importa perder el tiempo siempre y cuando sea decisión propia, ya que en caso de que sea otro quien nos haga perder el tiempo, la reacción es muy distinta.
Si te tomas unos segundos - tranquilo, te prometo que no estás malgastándolos - para pensarlo, ese tiempo no va a volver. Ya lo has perdido, y da igual de quién sea la culpa.

Dicho esto, maticemos un asunto importante.
¿Qué es perder el tiempo?
¿Tumbarte en la cama a descansar lo es? ¿Dormir? ¿Quizás ver la tele?
Eso es algo demasiado personal. Pero puedo darte una fórmula inexacta, una especie de medida orientativa, para hacerte una idea aproximada.

Perder el tiempo es dedicarlo a algo que no te va a aportar nada positivo.

¿Tumbarte en la cama durante dos horas va a hacer que te sientas mejor? Si la respuesta es 'sí', entonces es tiempo aprovechado.
Si dormir un par de horas más va a hacer que el resto del día estés más descansado, eso afectará a tu rendimiento y tu estado de ánimo positivamente, por lo cual habrá sido un acierto, y sin dudarlo una buena inversión de tu tiempo.
De esta misma manera se puede aplicar esa fórmula a cada uno de los más pequeños aspectos de tu día a día. ¿Merecen la pena las drogas? Unos minutos de diversión a cambio de daños irreparables en el sistema nervioso. ¿Compensa la pena un trabajo que no te guste con un salario alto? Mucho dinero a cambio de horas perdidas en algo que no te hace sentir realizado. Son miles de preguntas con miles de respuestas posibles, ya que las circunstancias y la mentalidad varían drásticamente dependiendo de la persona.

Para terminar, un par de recomendaciones personales. La primera es, sin duda, que visitéis el Museo Guggenheim de Bilbao, y que os toméis vuestro tiempo para recorrer cada uno de sus rincones. Y la segunda y última es el libro Veronika decide morir, de Paulo Coelho, ya que da una visión - en mi más humilde opinión - interesante de este tema.

viernes, 7 de octubre de 2011

"Early sunsets over Monroeville."


Había sido un día especialmente duro, pero al fin habían encontrado algo de comida. Dos meses después de que se desatase aquel infierno los víveres empezaban a escasear. Por suerte nunca se encontraban demasiadas dificultades respecto al alojamiento, o mejor dicho, al cobijo nocturno. Las comodidades habían dejado de importar.
Cerró las ventanas. Ella, mientras él aseguraba la puerta, comprobaba pistola en mano que no hubiese nadie en ninguna de las estancias de la destartalada habitación de motel en la que se encontraban. Les serviría perfectamente para estar a salvo un par de días.
Él, apoyado contra la puerta ya cerrada, se sobresaltó al oír un grito femenino, casi un aullido de dolor. Antes de tener siquiera tiempo a reaccionar, el sonido de un disparo y un golpe seco invadieron el aire. Venían del baño, hacia donde él se dirigió corriendo, aún sabiendo de antemano lo que iba a encontrar allí.
Allí estaba ella, blanca como la nieve, temblando violentamente, con la pistola en la mano. A sus pies se encontraba un bulto del que emanaba sangre. Era uno de ellos. Él fijó la mirada en el cuerpo sin vida de la criatura sin vida, falto del valor necesario para mirarle a la chica que lloraba a unos metros. Su llanto era insoportable. No era el llanto histérico de alguien que acaba de matar a una criatura semi-humana a sangre fría. Era el llanto de alguien consciente de que ha llegado su final, y sin poder evitar sufrir por ello, lo acepta. Había llegado ese final que llevaba esperando, a la vez que evitando, desde el principio.
Él clavó sus ojos en ella. Su pelo y sus labios rojos, junto con sus marcadas ojeras contrastaban de forma dolorosa con la palidez mortal de su piel. Dejó que su mirada buscase sus ojos a través de las lágrimas. Se acercó despacio a ella, sin romper el contacto visual. Besó con ternura sus labios y susurró palabras de amor en su oído.
Puso sus dedos sobre la piel de aquella muchacha. Con una mano acariciaba la herida de su brazo, recién infligida, la herida que le había condenado a vivir para siempre, a matarle a él cuando el sol se escondiese de nuevo. Con la mano que le quedaba libre le quitó la pistola que ella aún sostenía y sin dejar de mirarle, sin dejar de repetirle cuánto le quería, le golpeó en la cabeza con la culata del arma, agarrando casi al vuelo su cuerpo aparentemente sin vida.
Le llevó en brazos hasta la cama y le tendió sobre ella. Solo estaba inconsciente. Sentía el peso de la pistola en su mano.
Miles de recuerdos, de ideas, de planes bullían en su cabeza, dándole una irrefrenable necesidad de gritar.
Habían sido felices juntos. Tenían unos planes de futuro, tenían unos sentimientos en común que les unían, demasiadas cosas por las que luchar. Pero un día, ocurrió.
Aquel apocalipsis. Aparecieron aquellas criaturas. La vida se transformó en una lucha por la supervivencia. Por permanecer juntos. Permanecer juntos, vivos, juntos. Eso era lo único que les impulsaba a seguir. Y ahora ella estaba… ¿muerta? No. Pero tampoco estaba viva. Y cuando llegase la noche, ella le mataría sin dudar, cegada por su sed de sangre.
Miró una vez más la pistola. Si tuviera el valor de apuntarle a la cabeza… ¿Qué importaría, si ella ya estaba muerta? Pero ella le quería. Fueron sus últimas palabras. Murió queriéndole. Y él sentía lo mismo.
Regresó al baño y vació el contenido del arma sobre el cadáver de la criatura. Dejó caer la pistola sobre el suelo de mármol y regresó junto a la cama, donde ella aún yacía inconsciente.
Si iba a morir, moriría en sus manos. La persona que le dio sentido a su vida sería quien le pondría fin. Se tumbó junto a ella. Los corazones de ambos seguían latiendo. Y sin embargo…
¿Alguien se daba cuenta? ¿Le importaba a alguien que hubiese un cadáver en esa cama?

La chica del gorro azul. Capítulo dos.

No sé qué haces leyendo esto. Esta es tan solo una vida más. La vida de alguien que no existe. En realidad, ahora sí que existo. Formo parte de ti, estoy escondida en un recoveco de tu memoria desde que empezaste a leerme. Ahora soy real. Porque formo parte de ti. Quizás no como persona, pero sí como sentimiento, o como inquietud. Soy alguien tan etéreo, formado por tan solo palabras, que seguro que en tu mente ya tengo mil cosas en común contigo. ¿Me has puesto un rostro ya? ¿Cómo tengo el pelo, largo, corto, liso…? ¿O quizás llevo una cresta escondida bajo el gorro que me da nombre? ¿Qué significan las siglas H.B.? 

Y lo más importante. ¿Por qué te interesa la respuesta a estas preguntas? Personalmente opino que deberías dejar de leer esto y preocuparte por tu propia vida, que seguro que necesita algún que otro ajuste.

Bueno.

Veo que sigues leyendo.

Pues esta es la historia de cómo habría sido mi vida, esta es mi segunda oportunidad.

“Pues vaya mierda de final.” Mascullé enfadada tirando el libro al suelo. Nunca me había entusiasmado leer, y ese era el motivo. Abrí mi cuaderno negro y cogí un bolígrafo verde. ‘Odio los libros.’ Escribí en letra menuda y enmarañada. Acto seguido lo taché murmurando palabras malsonantes en alemán. Tenía la costumbre de hablar en alto, y había aprendido esas palabras en un idioma que no era el mío solamente para mantener la imagen de chica inalterable que mantenía frente al mundo. ‘Odio los finales de los libros. De los libros que acaban bien. No me leo trescientas cuatro páginas de lloros y lamentos para que la protagonista acabe casada y con hijos. Eso en la vida real no ocurre. No me gusta que me den falsas esperanzas.´ Escribí con letra firme al lado del tachón. Mi cuaderno negro estaba lleno de frases y reflexiones de ese tipo, normalmente llenas de odio y rabia hacia cualquier tipo de existencia. Todo me resultaba aburrido menos quejarme y odiar. Pero eso era algo que nadie sabía. A veces, ni siquiera yo. Dejé el cuaderno y el boli al lado del caro portátil lleno de polvo que nunca usaba. Era consciente de la existencia de internet y de las redes sociales a través de mis amigos, pero al igual que la televisión, nunca me había resultado una idea atractiva. Al fin y al cabo, la música, internet, la televisión… eran un invento hecho por el hombre. Así que estarían impregnados de su inherente hipocresía, falsedad y sobre todo, de lo insulso de su existencia.


¿Qué iba a cambiar en su vida gracias a una canción que – al igual que todo en el mundo - solo era un producto destinado al consumo y a la producción de dinero. Solo había una excepción, la música clásica. Era lo único que le sacaba de su monotonía absurda. Y por ese mismo motivo tenía una colección de piezas maestras guardadas bajo llave en el fondo de su armario.
Se quitó la ropa con movimientos bruscos hasta quedarse en la más completa desnudez y se miró en su espejo. La visión de su cuerpo no era en absoluto desagradable, cumplía sin tan siquiera proponérselo los cánones de belleza impuestos por la sociedad actual. Aún así, había una cosa que detestaba. Ahí estaba, en su ceja. Un pequeño corte, de esos que nadie aprecia a simple vista. Pero era eso lo que cada día le recordaba todo aquello de lo que quería huir. Cerró los ojos. Aún podía ver las lágrimas en los ojos de J. y sus rizos dorados bamboleándose mientras le arañaba. Abrió los ojos de nuevo. Eso formaba parte del pasado. De un pasado que nunca había ocurrido, y que ya nunca ocurriría.
Su teléfono vibró en alguna parte de la habitación, pero a ella le dio igual. HB nunca se había preocupado por la tecnología. Nunca se había preocupado por nada. Cuando en teléfono dejo de proferir ese desagradable zumbido, ella comenzó a contar en orden decreciente desde veintitrés. “…dos. Uno. Ce-“ El timbre de su casa sonó en el momento exacto en el que sabía que sonaría. Le gustaba hacer esperar a sus amigos. Salió de su habitación y abrió la puerta de su casa. Allí estaban todas esas personas con las que le unían esos incómodos y agobiantes vínculos afectivos. Cerrando la puerta tras de sí, camufló su interior con una dulce sonrisa y se preparó para una tarde normal, en un pueblo normal, con gente normal. 



Un día más, malgastado.

La chica del gorro azul. Capítulo uno.

Cuando andas por la calle, miras al suelo. Tu mirada se pierde, y tus pies se mueven por instinto. No te fijas en nada de lo que hay a tu alrededor. Espera. Sí lo haces. Miras los escaparates, con sus luces y sus colores. Miras a la gente con la que te cruzas, imaginas por un segundo sus vidas, pero continúas con la tuya. Y a veces, solo a veces, la ves a ella.

¿Te has cruzado alguna vez con ella? Esa chica que mueve un pie con impaciencia en el paso de cebra esperando que el color rojo torne a verde, fácilmente diferenciable por las manos en los bolsillos, los auriculares en los oídos y la mirada perdida. A veces le sonríe a la nada, perdida en sus propias fantasías. Otras veces mueve la cabeza rítmicamente, susurrando palabras que llegan a sus oídos a través de su iPod. La mayor parte del tiempo, no resulta nadie especial. Pero a veces, solo a veces, te mira a los ojos. Esos pueden ser los dos segundos más angustiosos que vivas jamás, aunque nunca quieras llegar a aceptarlo. Su mirada perfora todas tus barreras hasta llegar a lo más profundo de ti y destapa la verdad más cierta y más oculta de tu alma; no estás viviendo, solo sobreviviendo. El día a día es un mecanismo de defensa contra la aterradora amenaza que representa la muerte. No hay nada que te haga vivir, salvo el miedo que te produce dejar de hacerlo. Tu vida es la más continua y gris monotonía, y no vas a hacer nada por cambiarlo. Eres feliz con tu infelicidad. Entonces, ella aparta su mirada, y sonríe quedamente mientras un escalofrío sacude cada milímetro de tu cuerpo. Sabe lo que ha visto en ti. Es consciente de que tú lo olvidarás. Pero se siente satisfecha al saber que su teoría se ve confirmada una vez más. Durante los breves segundos en los que esa idea que una mirada ha despertado en tu mente, tendrás miedo. Pensarás que es una locura, que deberías ir al médico. Que eso no es normal, que es algo… único. Horriblemente único. Pero esa chica, mientras prosigue su camino reirá amargamente para si misma, porque le has ayudado a dar un paso más para confirmar su teoría. Ese miedo hacia la muerte y esa apatía hacia la vida son el motor del mundo. Y nada ni nadie puede impedirlo. Esa chica piensa, mientras camina, que el momento en el que decidió dejarse llevar por ese motor, vendió su alma al diablo. Pero ya nada importa, tiene su música, sus amigos, sus clases y su futuro. Aunque por ahora se conforma con su insípido presente.

¿Te has cruzado alguna vez con ella? Si lo has hecho, quizás hayas notado algo diferente. Un brillo extraño en su mirada. Ese brillo es la única e irrefutable prueba de que dentro de ella están naciendo planes. ¿Por qué conformarse con una vida sin sabor, con la mera supervivencia? Ella quiere sentir, quiere exprimir al máximo cada minuto del que dispone.


Y ahora bien, ¿Realmente te has cruzado alguna vez con esa chica? Esa chica se llama… Esa chica tiene un nombre. Y un apellido. Pero la llamaré H.B. Quizás quiera preservar su identidad, ¿No crees?




Yo creo que sí.


¿Qué por qué lo sé? Porque esa chica soy yo, y este cuento, sueño y pesadilla, es mi vida.

Hip, hip, ¡Pistacho!

¡Hipopótamo y pistachos!
Quiero decir, hola y bienvenidos, señores, señoras y demás variaciones posibles.
Debo avisar que nunca he sido buena escribiendo, aunque de algún modo debo expresar el barullo de palabras y sensaciones que retumban en mi cabeza.
Así que aquí veis mi solución; ¡Un blog!
..qué primera entrada tan original.
¿Veis? Os lo dije. No esperéis nada mejor que esto.
Y si os quedáis, gracias de antemano.