domingo, 18 de marzo de 2012

Astillas y cerraduras.

Trató de gritar, pero no lo logró. Lo intentó de nuevo, y el único sonido que consiguió proferir fue un seco bufido cargado de desesperación. Empezó a girar sobre si mismo, dibujando círculos en el suelo lleno de polvo. Estaba encerrado. Las ventanas estaban tapiadas y sabía que jamás sería capaz de abrir la puerta que se cerró de golpe tras él cuando entró. Era dolorosamente consciente de que la ausencia de comida y bebida acabaría por matarle. Nadie acudiría en su ayuda. Se reprendió a si mismo por una estupidez como esa, entrar a una casa abandonada por que había oído que allí habitaban ratones especialmente grandes. Él solo quería comprobar si era cierto. Se lamió las patas y su maullido de frustración resonó por las viejas paredes de madera. Ya se lo había dicho su madre, la curiosidad mató al gato.

Rojo carmesí. (Parte II).

- Verás, yo siempre he amado la belleza de las cosas. Pero en lo que respecta a las personas, nada embriaga mis sentidos tanto como el alma.
- Explícate. - Exigió de nuevo mi interlocutora. Habría jurado que existen formas más educadas de preguntar, pero lo dejé pasar.

Una vez más, cerré los ojos. Pero en esta ocasión fui consciente de que había empezado a hablar.

El día que conocí a Mark hacía frío y yo había decidido aventurarme por las estrechas callejuelas de la zona más antigua de mi ciudad en busca de una librería donde encontrar material de mi autor favorito en versión original. Francés, por supuesto. Cuando di por terminada mi búsqueda me dirigí a una cafetería, necesitaba café para recuperarme del frío y deshacerme de la maraña de historias y tipografías que inundaba mi cerebro tras haber ojeado al menos un centenar títulos distintos. Me senté en una mesa libre junto a la ventana del establecimiento y esperé a que alguna universitaria con menos recursos económicos que yo se acercase a mi y ejerciese su función de camarera. Dejé cuidadosamente mi nuevo tesoro ante mi y lo observé detenidamente. Las tapas eran de un negro descolorido por el tiempo, y las letras en relieve mostraban el título que tantos años había estado anhelando leer, pero que hasta hacía unas horas no había llegado a mi poder. Un camarero llegó.
- Un café. Solo, cargado y preparado para abrasar mis papilas gustativas. Por favor y gracias. - Dije sin apartar los ojos de las finas líneas plateadas que recorrían la portada. Él murmuró algo y se fue a cumplir con su tarea.
Acaricié el lomo del libro y lo abrí cuidadosamente por una página al azar. Con los ojos cerrados posé mi dedo índice sobre un punto cualquiera. Los abrí y comprobé la palabra. Sang. Sonreí. Repetí el proceso. Beauté. Mi sonrisa se ensanchó. Lo intenté de nuevo. Amour. Fruncí el ceño decepcionada. El móvil llevaba unos segundos vibrando, y yo seguí ignorándolo.
Entonces, ocurrió. El camarero había vuelto, esta vez con mi pedido, y al intentar dejarlo sobre la mesa unas gotas de oscuro líquido cayeron sobre mi libro. Pude sentir cómo algo dentro de mi recibía una estocada que le llevaba a la más pura agonía. Mi libro. Cuando conseguí reaccionar estaba de pie con la mano sobre la cabeza de ese psicópata mancha-libros. En ella tenía la taza Vacía. Pude saber por su gesto que se había esforzado en la parte de la temperatura. Entonces me fijé bien en él. Pude ver algo más a través de sus ojos sorprendidos. Y me gustó lo que vi. Me giré hacia mi bolso y saqué un pequeño objeto. Tiré de su mano, extendiendo su brazo y deslicé mi estilográfica por él, impregnando de tinta su suave piel. Repasé rápidamente la mesa antes de girarme hacia él y me acerqué suavemente a su oído.
- Es una pena que me esté olvidando ese libro que has destrozado, pero vas a ser buen chico y vas a devolvérmelo. - Susurré amenazadoramente. Acaricié su antebrazo. - Ya sabes cómo localizarme.
Él me miraba con esos ojos llenos de incredulidad. Le sonreí amablemente.
- ¡Por supuesto, claro que acepto que me invites a algo mañana! - Exclamé, aumentando así su perplejidad. Me volví a acercar a él, esta vez para rozar suavemente su mejilla con mis labios durante medio segundo. Me aparté de nuevo y salí de la cafetería. Pasé la lengua por mis labios y sonreí mientras tomaba rumbo a mi piso.

Abrí los ojos para mirar a mi interlocutora.

- Ese es mi primer recuerdo de Mark. - Suspiré extasiada. - El sabor a café.
Ella negó con la cabeza.
- No lo entiendo, ¿eso qué tiene que ver con su asesinato?
- Para entender el final hay que conocer cada recoveco de las páginas del libro. - Le respondí en tono paciente. Hablar con alguien así es incluso más difícil que razonar con un niño.
- Está bien, sigue hablando entonces.
- Claro. Al día siguiente...

sábado, 10 de marzo de 2012

Más o menos. Más menos que más.

A veces, lo que crees que es el final del libro no es más que el principio de un nuevo capítulo.

Y ya está. No tengo nada más que decir.


Por ahora.

jueves, 1 de marzo de 2012

Pozos.

Caía. No sabía de dónde, ni tampoco a dónde, pero caía. Podía sentir la velocidad de mi descenso pese a estar completamente cegada por la total oscuridad. No podía moverme, no podía gritar, solo podía dejar que la gravedad me atrajese hacia el final del abismo.
El choque contra el agua fue brutalmente doloroso, pero por un segundo tuve esperanzas. Mientras el golpe cortaba mi respiración pensé que quizás ahí acababa todo, que la caída se había detenido.
Qué equivocada estaba.
El impulso que me había hecho llegar hasta ahí hizo que me sumergiese más y más. El agua estaba helada, y contrastaba dolorosamente con el fuego que me quemaba por dentro. Aún así, no lo apagaba.
El líquido entraba por mi boca cada vez que intentaba respirar, inundaba mis pulmones. Cada vez que sabía por mi nariz, sentía un aguijonazo de dolor salado en mi cerebro.
Deseé perder la conciencia y dejarme llevar, pero no ocurrió.
Solo seguí hundiéndome.
Pasaron meses, años, o quizá tan solo minutos, pero por fin toqué el fondo.
Me quedé ahí, flotando, tiritando de frío, de terror, de soledad o quizás de dolor, hasta que me di cuenta de algo. Aquello no iba a acabar nunca si me quedaba ahí quieta.
Después de pasar un rato auto-convenciéndome, decidí impulsarme y salir a la superficie.
Pero descubrí que no sabía nadar.
Me desesperé, dejé el tiempo pasar entre frustración y odio hacia mi misma y hacia aquel lugar en el que me habían confinado.
En pequeño destello de optimismo decidí aprender a nadar y así salir de aquel agujero.

Pero solo sabré si lo logré cuando tenga suficiente valor como para abrir los ojos.