domingo, 14 de diciembre de 2014

14/12/14

Desde hace unas semanas, tengo la sensación  de que estoy enterrada hasta el cuello en la orilla del mar. Todo es precioso hasta que sube a marea y sólo puedo sentir cómo me ahogo.

Pero basta de metáforas. Siempre hablo de esto con metáforas, y por una vez quiero soltarlo todo sin decorarlo antes. Sin hacerlo bonito de leer. ¿Por qué iba a ser bonito leerlo cuando es tan duro vivirlo?

Cada noche me meto a la cama y me duermo con la esperanza de que el día siguiente sea un buen día. Pero llevo meses sin tener dos días buenos seguidos. Tengo ratos buenos, gracias a las personas maravillosas que no me han dado la espalda a pesar de la dificultad añadida que supone mi amistad, pero el conjunto de mis días es devastador.

En mi vida he escrito más cartas de suicidio que de amor,
y creedme cuando os digo que soy extremadamente romántica.

Echo de menos vivir. Es como un maldito gifset en blanco y negro en el que se repiten imágenes de mi comiendo y durmiendo. Eso es mi vida.

Cada día es más decepcionante que el anterior.

domingo, 23 de noviembre de 2014

Anafilaxia.

Hace un par de semanas había salido con mi grupo de amigos habitual a cenar, y de postre nos trajeron a todos una tarta de piña.
Tenían un aspecto delicioso, y yo me moría por probar una cucharada. Además, me había quedado con hambre.
Muchos me insistieron en que las probase, a pesar de haber sido recientemente diagnosticada con una alergia severa a esa fruta.
"Es cosa de tu cuerpo, seguro que si te obligas un poquito y no piensas en ello, estarás bien", dijo uno.
"Yo creo que llevas tanto tiempo sin intentar probar un lácteo que se te ha metido en la cabeza que no puedes, y punto, en serio, es cosa tuya.", añadió otra muy convencida.

Yo, que no tenía ganas de discutir y estaba realmente hambrienta, cedí. Eso llevó a comentarios como "¿Ves como sí puedes? Sólo estabas haciéndote la complicada?", "Si en el fondo te encanta, prueba otro bocado con un poco más de fruta, que está aún mejor".

En ese momento yo empezaba ya a notar cómo me picaba la garganta y se empezaba a cerrar, me empezaba a faltar el aire. Pero aún quedaba la mayor parte de mi porción de tarta ante mi. Intenté recordarles que no era físicamente capaz de comerlo, que tenía una condición médica grave que me podía causar daños serios.
 Pero ellos seguían devorando cucharada a cucharada sus porciones, algunos con las manos, otras pasaban el dedo por el plato para aprovechar los últimos restos antes de servirse de nuevo, no sin girar previamente los ojos hacia mi y decirme condescendientemente "pero míranos, todos podemos, ¿por qué no ibas a poder tú?". Una amiga incluso me recordaba cómo hacía tres años habíamos comido entre las dos un bote de piña el almíbar, y lo mucho que lo había disfrutado entonces.
"Estás fuerte, sana y joven, y además eres una persona muy valiente, seguro que no te va a pasar nada".
Una infinidad de comentarios en esa línea siguieron surgiendo mientras yo me obligaba metódicamente a cortar un trozo de tarta con la cuchara, llevármela a la boca, masticarla, y tragar.
Entonces respiraba lo más profundamente que podía durante unos segundos y repetía el proceso.

Llegué a empezar una segunda porción entre grititos de "ánimo" y "valiente", el picor en todo mi cuerpo y los pitidos de mi cada vez más trabajosa respiración.

En algún momento incierto me desplomé, y desperté en el hospital.
Cuando estaba algo menos confusa y perdida, entraron dos de mis amigos bañados en lágrimas, mientras me recriminaban no haberles avisado de lo que estaba ocurriendo.

"Os avisé, os hablé en varias ocasiones de mi enfermedad."
"Pero... no creíamos que fuese a ocurrir algo así."
"De eso también os avisé, ¿por qué no me creísteis?"
"Creíamos que no sería para tanto, que intentabas destacar, ¿por qué nos hiciste caso tú?"
"Porque quería ser una más, y de tanto oíros repetírmelo, pensé que podría hacer desaparecer mi enfermedad con simple fuerza de voluntad."

jueves, 30 de octubre de 2014

Pereza 101.

Me gusta escribir, mucho.
Me gusta cocinar, aún más que escribir.
Me apasiona ver series.

Entonces, ¿por qué me cuesta tanto hacerlo?

Pues porque soy una vaga, básicamente.

Hay días en los que ya desde que te despiertas sabes que tus niveles de procrastinación están al máximo. Para mi suelen empezar con apagar la alarma que suena y encender la alarma de emergencia. Esa alarma especial preparada para sonar cinco minutos antes del momento en el que tienes que estar saliendo de casa. Como dejo la ropa y el bolso preparados la noche anterior, puedo permitirme ducharme en dos minutos y vestirme en medio. Pero olvidémonos de desayunar o hacer la cama. De peinarme no me olvido, porque en ningún momento formó parte del plan.

Llegas a la parada de autobús y piensas "uf, ¿y si me vuelvo a casa?", porque estás vaga, lo sientes en tu interior, te controla. Pero esa pereza es demasiado intensa como para hacer el esfuerzo de volver hasta la cama, así que te dejas llevar.

Sí, exacto. Tal y como suena. Hay mañanas en las que me siento demasiado vaga como para hacer el vago, porque supondría un esfuerzo extra.

Hay otros días que empiezan bien. De hecho, empiezan de maravilla. Vas a clase, tomas apuntes, y te recreas en la idea de ser productiva al llegar a casa. Poner la lavadora mientras se calienta el agua para hacer tallarines con salsa de queso, poner el lavavajillas después de comer y aprovechar la hora de la siesta para barrer y tender la ropa, y una vez acabado todo, estudiarte entero el tema más difícil de tu asignatura más odiada. Estás emocionadísima, impaciente por llegar a casa y ser la reina presidenta-elegida-democráticamente de la productividad que siempre llevaste en tu interior.

Te subes al bus. Entras al portal. Te desplomas dramáticamente contra el cristal del ascensor. Abres la puerta de casa. Saludas a tu gata.

Cuando quieres darte cuenta son las ocho de la tarde, has comido ramen, está todo sin limpiar, los apuntes están muertos de risa en la mochila y has visto el mismo gif ocho veces en Tumblr.

¿Sabéis de quién no es la culpa? Mía.
La culpa es de mi mente, que es una blandurria. Le pongo ojitos, le digo seductoramente "podría hacer esto ahora, sí, pero... nos sobra tiempo. Podríamos dejarlo para mañana, y disfrutar de un poco de relax hoy". Y ella no es capaz de decir que no. Pero eso sí, se encargará de vengarse pasivo-agresivamente con un ataque de ansiedad a las cinco de la mañana causado por todo lo que no has hecho y deberías hacer, con un margen de entre cuatro y siete años.

Tengo tantos planes en mente, tantos proyectos, que ser así de vaga resulta frustrante.
Lo más frustrante de todo es que me consuelo a mi misma asegurándome una y otra vez "bueno, ahora eres desastrosa, pero el mes que viene empezarás con todo".
No. Hay algo más frustrante aún.
Que funciona.

miércoles, 7 de mayo de 2014

Comunicado de Servicios Públicos.

Hablemos de desayunar.
Desayunar es sano, necesario, trascendental para el resto de nuestras vidas en este planeta, plagadas de obstáculos y niebla.

Las vitaminas de un zumo no te darán ganas de enfrentarte al salto al vacío que supone pretender que alguno de tus actos tenga significado en la inmensidad de este universo. De la existencia. Del tiempo y el espacio. De los dioses, amenazándote cada momento con esa mueca grotesca que deja ver parte de su afilada dentadura.

Hablemos de naranjas.
¿Cuántas almas de naranjas inocentes estás dispuesto a sacrificar por un zumo?
¿Sientes su vida escaparse entre el cristal y tus labios cuando alzas el vaso?
¿Hay verdadera diferencia entre beber sangre de naranjas o la tuya propia? No, no la hay.
Cierra los ojos para intentar recordar cuánta sangre has visto en tu vida. Piénsalo bien, ¿era toda roja?
¿Cuántas veces has visto tu sangre? ¿Cuántas veces la has probado? ¿Es tu sangre realmente tuya?

Suponiendo que tu sangre sea tuya, podemos suponer que tú también te perteneces.
Mira al vacío que se halla sobre tu cabeza en una noche cualquiera. Sonríe. Sigue fingiendo que son estrellas eso que ves. Que tu vida es tuya. Que el libre albedrío existe.
Olvida el modo en el que esos puntos luminosos parpadean en el cielo, compartiendo contigo la abrumadora realidad que el sol intenta esconder, acariciando tu piel con su calor que te quema por dentro, te pudre, te desintegra.

Escucha atentamente. Deja de decirte que el ruido que oyes en los momentos de silencio es un grifo que necesitas arreglar. Es la vida escapando gota a gota de tu interior. Cada día existes con menos intensidad. ¿Es tu sangre tan roja como la última vez que la viste?

¿Es roja?
¿Es siquiera tuya?

La voz que lee esto en alto en el interior de tu cabeza no es más que el ya olvidado sonido de la persona que dejó este mundo a la vez que entrabas en él. Una vez lo dejes tú, será libre.
Eso explica algunas de las cosas de las que te intenta convencer.

¿Has desayunado hoy?

martes, 18 de febrero de 2014

Chubasquero.

Tres días después no había parado de llover,
y cuando se miró, en su reflejo pudo ver las escamas plateadas que cubrían su piel.
¿Qué sentido tenía aquel chubasquero, si vivía en una pecera?