- La respuesta cliché, esa que te hace quedar como una persona con valores morales íntegros, los tengas o no. "La paz mundial. Una cura para el cáncer. Que los niños de África tengan comida y agua."
- La respuesta totalmente honesta, esa que se pronuncia dejando a un lado el 'qué dirán', quizás teniendo la esperanza de que ese deseo se cumpla mágicamente. "Ser millonario. No tener que pagar la hipoteca."
Yo, que vivo en el planeta Tierra, en el continente Europeo, gozo de todas las comodidades que una familia de clase media española puede esperar, estoy al corriente de la situación política, económica y social actual.
Sé que el mundo va mal.
¿Y qué habría pedido como deseo el día diez de Octubre de dos mil once?
Habría pedido que volviese el Internet a todas las BlackBerrys.
Sin pensarlo. Sin pararme a valorar los pros y los contras. Sin plantearme otras opciones.
Por supuesto, me habría arrepentido.
Ayer, me di cuenta de algo que ya sospechaba, mientas leía mi bullicioso timeline de Twitter.
Hoy en día somos - soy - adictos a la tecnología.
Mientras los dueños de las blackberrys repentinamente transformadas en móviles a la vieja usanza desesperaban - desesperábamos -, pude comprobar hasta qué punto dependemos de ciertas redes sociales, de la posibilidad de estar comunicados veinticuatro horas con todo el mundo.
Y no me gustó.
Y aquí estoy, horas después. Con el dichoso aparatito al lado del portátil.
Porque el hecho de que no me guste la situación no significa que la vaya a cambiar.
Y hasta aquí, otra pequeña muestra de la estupidez humana.