viernes, 24 de febrero de 2012

Los ataques de hipo también ocurren durante un beso.

Hacía un año que no se veían. Ella había decidido aceptar una beca de estudios en el extranjero, y él... eso sólo él lo sabía.

Doce meses son muchos, pensaba ella mientras se intentaba arreglar. Ni una carta, ni una llamada. No sé nada de él desde hace trescientos ses... Bueno, un poco más, quizá. Dando por imposible convertir su lacio pelo negro en algo bonito, empezó a pintarse las uñas de la mano derecha. Quizá incluso esté casado, le chilló a su periquito. ¡Y puede que embarazado! No, espera. Eso no. Presa del pánico cerró el bote maldiciendo en italiano y lo tiró sobre la cama aún desecha. Se puso su vestido de topos y se miró al espejo. No pudo evitar reírse. Siempre había querido un vestido con esos pequeños animales por estampa. Era demasiado literal como para no adorarlo. Se puso las botas y salió dando un portazo mientras tiraba el monedero y el móvil en el interior de su bolso.

Perdió dos autobuses y casi le atropellan tres coches y un taxi, pero al fin estaba en la puerta de la cafetería. Podía verle a través de ella, y se quedó ensimismada mientras observaba el modo en el que daba vueltas a la cucharilla. Sigue tan guapo como siempre, susurró. Entonces la puerta se abrió, golpeándole. El impacto le hizo caer hacia atrás. Durante los siguientes dos minutos su desconocida atacante accidental se disculpó ochenta y dos veces seguidas.

Cuando por fin pudo zafarse de ella, caminó enfadada hasta la mesa en la que él de esperaba, con la cara roja y los ojos lagrimeantes de la risa. Su romántico saludo tras todo ese tiempo fue una sonora bofetada. Él clavo sus ojos asombrados en ella. ¿Qué coño ha sido eso?, preguntó. Perdona, he perdido los nervios..., se excusó ella nerviosa. En ese momento llegó el camarero, y mientras él le pedía una tila, ella no podía dejar de pensar en cuánto se arrepentía de no haberle saludado con un beso. Empezaron a hablar, pero no conseguían encontrar las palabras adecuadas, y cuando intentaban romper los silencios incómodos lo hacían a la vez, interrumpiéndose sin querer.

Ella se inclinó a besarle y él, sin darse cuenta de nada, tomó un sorbo de su café, haciéndola retroceder. Él intentó coger su mano justo en el momento en el que ella la apartaba para ponerse un mechón molesto detrás de la oreja. Todo era un estrepitoso desastre.

En el instante en el que ya no pudo más, ella cogió su bolso murmurando una excusa para huir de aquella situación. En el momento en el que su mano tocó el fondo se dio cuenta una cosa. O mejor dicho, de dos. No se había pintado las uñas de la mano izquierda, y se había olvidado las llaves en casa.
La sangre se apresuró a ocupar su puesto en sus suaves mejillas mientras se lo explicaba a aquel chico que le provocaba tantas dudas como suspiros.

Él sonrió. ¿No te importa, no? Si soy un estorbo... Balbuceó ella. Siempre hay sitio para ti a mi lado. Respondió el dulcemente, tomándole de la mano. Ella le besó con suavidad, y susurró en su oído unas palabras llenas de amor y complicidad. Espero que no te importe dormir en el sofá.

3 comentarios:

  1. Qué bonito... y qué bien escribes. Me ha gustado mucho.

    ResponderEliminar
  2. Esto es genial, me encanta como escribes,voy a empezar a seguirte :3
    http://cantstooop.blogspot.com/

    ResponderEliminar
  3. Tras esto, mis ganas de hacerte madre han aumentado considerablemente.

    ResponderEliminar