domingo, 23 de noviembre de 2014

Anafilaxia.

Hace un par de semanas había salido con mi grupo de amigos habitual a cenar, y de postre nos trajeron a todos una tarta de piña.
Tenían un aspecto delicioso, y yo me moría por probar una cucharada. Además, me había quedado con hambre.
Muchos me insistieron en que las probase, a pesar de haber sido recientemente diagnosticada con una alergia severa a esa fruta.
"Es cosa de tu cuerpo, seguro que si te obligas un poquito y no piensas en ello, estarás bien", dijo uno.
"Yo creo que llevas tanto tiempo sin intentar probar un lácteo que se te ha metido en la cabeza que no puedes, y punto, en serio, es cosa tuya.", añadió otra muy convencida.

Yo, que no tenía ganas de discutir y estaba realmente hambrienta, cedí. Eso llevó a comentarios como "¿Ves como sí puedes? Sólo estabas haciéndote la complicada?", "Si en el fondo te encanta, prueba otro bocado con un poco más de fruta, que está aún mejor".

En ese momento yo empezaba ya a notar cómo me picaba la garganta y se empezaba a cerrar, me empezaba a faltar el aire. Pero aún quedaba la mayor parte de mi porción de tarta ante mi. Intenté recordarles que no era físicamente capaz de comerlo, que tenía una condición médica grave que me podía causar daños serios.
 Pero ellos seguían devorando cucharada a cucharada sus porciones, algunos con las manos, otras pasaban el dedo por el plato para aprovechar los últimos restos antes de servirse de nuevo, no sin girar previamente los ojos hacia mi y decirme condescendientemente "pero míranos, todos podemos, ¿por qué no ibas a poder tú?". Una amiga incluso me recordaba cómo hacía tres años habíamos comido entre las dos un bote de piña el almíbar, y lo mucho que lo había disfrutado entonces.
"Estás fuerte, sana y joven, y además eres una persona muy valiente, seguro que no te va a pasar nada".
Una infinidad de comentarios en esa línea siguieron surgiendo mientras yo me obligaba metódicamente a cortar un trozo de tarta con la cuchara, llevármela a la boca, masticarla, y tragar.
Entonces respiraba lo más profundamente que podía durante unos segundos y repetía el proceso.

Llegué a empezar una segunda porción entre grititos de "ánimo" y "valiente", el picor en todo mi cuerpo y los pitidos de mi cada vez más trabajosa respiración.

En algún momento incierto me desplomé, y desperté en el hospital.
Cuando estaba algo menos confusa y perdida, entraron dos de mis amigos bañados en lágrimas, mientras me recriminaban no haberles avisado de lo que estaba ocurriendo.

"Os avisé, os hablé en varias ocasiones de mi enfermedad."
"Pero... no creíamos que fuese a ocurrir algo así."
"De eso también os avisé, ¿por qué no me creísteis?"
"Creíamos que no sería para tanto, que intentabas destacar, ¿por qué nos hiciste caso tú?"
"Porque quería ser una más, y de tanto oíros repetírmelo, pensé que podría hacer desaparecer mi enfermedad con simple fuerza de voluntad."

1 comentario:

  1. No tengo palabras para describir lo que pienso de esta entrada así que simplemente diré eso. Que me has dejado muda.

    ResponderEliminar