sábado, 14 de abril de 2012

Tempestad.

Todo a su alrededor era blanco, ese tipo de blanco que te hace pensar que nunca volverás a estar seguro de si el mundo es real o algo que tu mente enferma ha creado, y las olas le balanceaban con furia, mientras gotas de lluvia caían con fuerza a su alrededor. Cada vez que uno de esos misiles líquidos caía sobre lo que debería ser su piel algo en su interior se estremecía aterrorizado, temiendo que le atravesase como una daga. Pero sabía que lo peor aún estaba por llegar.
Aquella sustancia viscosa y verde apareció desde arriba una vez más, tal y como estaba previsto. En ese momento las olas se tornaron más iracundas y coronadas con blanca espuma.
Entonces ocurrió. Ella ya estaba allí. Si hubiese podido llorar, lo habría hecho. Pero cualquier acción era imposible para él. 
Un pie. Otro pie. Gritos y más gritos. Los habitantes de este mar sabían que Ella lo odiaba, que Ella sufría cada vez que lo visitaba. Y nadie sabía por qué aún así lo hacía a diario. 
Ella podría ser Dios, o el Diablo. Para él sólo era un gigante de piel suave y rosado al que había visto crecer.
Cada manotazo y patada que Ella daba dentro del mar hacía la tempestad arreciar.


Había llegado la hora. Ella agarró su pequeño cuerpo y lo elevó por los aires zarandeándolo. Él sintió cómo su interior se contraía y sus ojos se salían de las órbitas mientras el dolor le nublaba la mente. Una voz conocida, llena de bondad, fue lo último que escuchó antes de desmayarse.

"Clara, no juegues así con Señor Patito o lo romperás." Clara soltó el juguete al instante y lo dejó caer entre la espuma. "Me da igual, yo sé que le gusta que juegue con él. Además, odio bañarme." Su voz adquirió el tono característico de un enfado a la edad de cuatro años. "Señor Patito es mi amigo y me quiere.".

Mientras flotaba, recuperó la consciencia. Y ese odio hacia Ella, ese horrible gigante, el Mal de su mundo, pareció quemarle por dentro de su gruesa piel amarilla.

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