jueves, 26 de julio de 2012

Sin nombre.

Querido ser humano,
tras mucho pensar, he decidido compartir ciertas reflexiones contigo. La vida da muchas vueltas, y he descubierto que hay un punto en el que no estoy al derecho ni al revés. Me limito a flotar. He descubierto que los pequeños milagros que suceden a diario son más importantes que cualquier desastre devastador. Una vez has tocado fondo, ya nada malo puede hundirte más. Sin embargo en cualquier momento una sonrisa, un cielo especialmente azul o una caricia, te eleva. Y a pesar de que la tristeza tiene un límite - en el cual he estado, y en el cual he aprendido mucho -, la felicidad no lo tiene. Siempre puedes ser un poco más feliz. En la más absoluta oscuridad es cuando más visible es una débil luz. No soy una persona especialmente positiva, no voy a negarlo. Pero aún así el mundo es demasiado hermoso y fascinante para cerrar los ojos ante sus maravillas por culpa de los pequeños baches. O los grandes precipicios.
Y, querido ser humano, me gustaría agradecerte que me hayas leído. Y que me hayas prestado atención, pese a que esta pequeña carta está tan desestructurada como las ideas que se amontonan en mi cabeza.
¿Sabes lo más hermoso de todo esto? Que tú estás ahí, leyendo una serie de palabras en una pantalla, pero mientras lo haces, también estás visitando un recoveco de mi mente. Y ese es un pequeño milagro un tanto infravalorado que para mi es infinitamente especial. Probablemente no me conozcas. Jamás has escuchado mi risa, ni conoces mi situación. Tampoco has tenido nunca una conversación conmigo.
Y a pesar de todo, has tenido acceso a un nivel íntimo de mis pensamientos. Y eso, sin duda, es mágico.

Con amor,
Tess.

jueves, 7 de junio de 2012

Estática.

Me encogí en el sillón mientras temblaba violentamente. Intenté resistirme, pero no pude evitar llevarme las manos a los oídos. No servía para nada. El ruido no estaba fuera. Quería gritar, pero temía romperme en mil pedazos. Ese sonido de estática cada vez era más fuerte. Estaba ahí a todas horas, nada ni nadie podía pararlo. Eran cien mil televisores cuyas antenas han sido derribadas por una brutal tormenta. Eran doscientas radios mal sintonizadas. Era mi dolor amenazando con destruirme desde dentro. Refrené el impulso de golpearme violentamente contra la pared más cercana. Necesitaba que aquello parase. Sentía mi cordura tambalearse sobre una cuerda deshilachada a cientos de metros de altura. Quizá algún día todo esto acabe.

sábado, 14 de abril de 2012

Tempestad.

Todo a su alrededor era blanco, ese tipo de blanco que te hace pensar que nunca volverás a estar seguro de si el mundo es real o algo que tu mente enferma ha creado, y las olas le balanceaban con furia, mientras gotas de lluvia caían con fuerza a su alrededor. Cada vez que uno de esos misiles líquidos caía sobre lo que debería ser su piel algo en su interior se estremecía aterrorizado, temiendo que le atravesase como una daga. Pero sabía que lo peor aún estaba por llegar.
Aquella sustancia viscosa y verde apareció desde arriba una vez más, tal y como estaba previsto. En ese momento las olas se tornaron más iracundas y coronadas con blanca espuma.
Entonces ocurrió. Ella ya estaba allí. Si hubiese podido llorar, lo habría hecho. Pero cualquier acción era imposible para él. 
Un pie. Otro pie. Gritos y más gritos. Los habitantes de este mar sabían que Ella lo odiaba, que Ella sufría cada vez que lo visitaba. Y nadie sabía por qué aún así lo hacía a diario. 
Ella podría ser Dios, o el Diablo. Para él sólo era un gigante de piel suave y rosado al que había visto crecer.
Cada manotazo y patada que Ella daba dentro del mar hacía la tempestad arreciar.


Había llegado la hora. Ella agarró su pequeño cuerpo y lo elevó por los aires zarandeándolo. Él sintió cómo su interior se contraía y sus ojos se salían de las órbitas mientras el dolor le nublaba la mente. Una voz conocida, llena de bondad, fue lo último que escuchó antes de desmayarse.

"Clara, no juegues así con Señor Patito o lo romperás." Clara soltó el juguete al instante y lo dejó caer entre la espuma. "Me da igual, yo sé que le gusta que juegue con él. Además, odio bañarme." Su voz adquirió el tono característico de un enfado a la edad de cuatro años. "Señor Patito es mi amigo y me quiere.".

Mientras flotaba, recuperó la consciencia. Y ese odio hacia Ella, ese horrible gigante, el Mal de su mundo, pareció quemarle por dentro de su gruesa piel amarilla.

domingo, 18 de marzo de 2012

Astillas y cerraduras.

Trató de gritar, pero no lo logró. Lo intentó de nuevo, y el único sonido que consiguió proferir fue un seco bufido cargado de desesperación. Empezó a girar sobre si mismo, dibujando círculos en el suelo lleno de polvo. Estaba encerrado. Las ventanas estaban tapiadas y sabía que jamás sería capaz de abrir la puerta que se cerró de golpe tras él cuando entró. Era dolorosamente consciente de que la ausencia de comida y bebida acabaría por matarle. Nadie acudiría en su ayuda. Se reprendió a si mismo por una estupidez como esa, entrar a una casa abandonada por que había oído que allí habitaban ratones especialmente grandes. Él solo quería comprobar si era cierto. Se lamió las patas y su maullido de frustración resonó por las viejas paredes de madera. Ya se lo había dicho su madre, la curiosidad mató al gato.

Rojo carmesí. (Parte II).

- Verás, yo siempre he amado la belleza de las cosas. Pero en lo que respecta a las personas, nada embriaga mis sentidos tanto como el alma.
- Explícate. - Exigió de nuevo mi interlocutora. Habría jurado que existen formas más educadas de preguntar, pero lo dejé pasar.

Una vez más, cerré los ojos. Pero en esta ocasión fui consciente de que había empezado a hablar.

El día que conocí a Mark hacía frío y yo había decidido aventurarme por las estrechas callejuelas de la zona más antigua de mi ciudad en busca de una librería donde encontrar material de mi autor favorito en versión original. Francés, por supuesto. Cuando di por terminada mi búsqueda me dirigí a una cafetería, necesitaba café para recuperarme del frío y deshacerme de la maraña de historias y tipografías que inundaba mi cerebro tras haber ojeado al menos un centenar títulos distintos. Me senté en una mesa libre junto a la ventana del establecimiento y esperé a que alguna universitaria con menos recursos económicos que yo se acercase a mi y ejerciese su función de camarera. Dejé cuidadosamente mi nuevo tesoro ante mi y lo observé detenidamente. Las tapas eran de un negro descolorido por el tiempo, y las letras en relieve mostraban el título que tantos años había estado anhelando leer, pero que hasta hacía unas horas no había llegado a mi poder. Un camarero llegó.
- Un café. Solo, cargado y preparado para abrasar mis papilas gustativas. Por favor y gracias. - Dije sin apartar los ojos de las finas líneas plateadas que recorrían la portada. Él murmuró algo y se fue a cumplir con su tarea.
Acaricié el lomo del libro y lo abrí cuidadosamente por una página al azar. Con los ojos cerrados posé mi dedo índice sobre un punto cualquiera. Los abrí y comprobé la palabra. Sang. Sonreí. Repetí el proceso. Beauté. Mi sonrisa se ensanchó. Lo intenté de nuevo. Amour. Fruncí el ceño decepcionada. El móvil llevaba unos segundos vibrando, y yo seguí ignorándolo.
Entonces, ocurrió. El camarero había vuelto, esta vez con mi pedido, y al intentar dejarlo sobre la mesa unas gotas de oscuro líquido cayeron sobre mi libro. Pude sentir cómo algo dentro de mi recibía una estocada que le llevaba a la más pura agonía. Mi libro. Cuando conseguí reaccionar estaba de pie con la mano sobre la cabeza de ese psicópata mancha-libros. En ella tenía la taza Vacía. Pude saber por su gesto que se había esforzado en la parte de la temperatura. Entonces me fijé bien en él. Pude ver algo más a través de sus ojos sorprendidos. Y me gustó lo que vi. Me giré hacia mi bolso y saqué un pequeño objeto. Tiré de su mano, extendiendo su brazo y deslicé mi estilográfica por él, impregnando de tinta su suave piel. Repasé rápidamente la mesa antes de girarme hacia él y me acerqué suavemente a su oído.
- Es una pena que me esté olvidando ese libro que has destrozado, pero vas a ser buen chico y vas a devolvérmelo. - Susurré amenazadoramente. Acaricié su antebrazo. - Ya sabes cómo localizarme.
Él me miraba con esos ojos llenos de incredulidad. Le sonreí amablemente.
- ¡Por supuesto, claro que acepto que me invites a algo mañana! - Exclamé, aumentando así su perplejidad. Me volví a acercar a él, esta vez para rozar suavemente su mejilla con mis labios durante medio segundo. Me aparté de nuevo y salí de la cafetería. Pasé la lengua por mis labios y sonreí mientras tomaba rumbo a mi piso.

Abrí los ojos para mirar a mi interlocutora.

- Ese es mi primer recuerdo de Mark. - Suspiré extasiada. - El sabor a café.
Ella negó con la cabeza.
- No lo entiendo, ¿eso qué tiene que ver con su asesinato?
- Para entender el final hay que conocer cada recoveco de las páginas del libro. - Le respondí en tono paciente. Hablar con alguien así es incluso más difícil que razonar con un niño.
- Está bien, sigue hablando entonces.
- Claro. Al día siguiente...

sábado, 10 de marzo de 2012

Más o menos. Más menos que más.

A veces, lo que crees que es el final del libro no es más que el principio de un nuevo capítulo.

Y ya está. No tengo nada más que decir.


Por ahora.

jueves, 1 de marzo de 2012

Pozos.

Caía. No sabía de dónde, ni tampoco a dónde, pero caía. Podía sentir la velocidad de mi descenso pese a estar completamente cegada por la total oscuridad. No podía moverme, no podía gritar, solo podía dejar que la gravedad me atrajese hacia el final del abismo.
El choque contra el agua fue brutalmente doloroso, pero por un segundo tuve esperanzas. Mientras el golpe cortaba mi respiración pensé que quizás ahí acababa todo, que la caída se había detenido.
Qué equivocada estaba.
El impulso que me había hecho llegar hasta ahí hizo que me sumergiese más y más. El agua estaba helada, y contrastaba dolorosamente con el fuego que me quemaba por dentro. Aún así, no lo apagaba.
El líquido entraba por mi boca cada vez que intentaba respirar, inundaba mis pulmones. Cada vez que sabía por mi nariz, sentía un aguijonazo de dolor salado en mi cerebro.
Deseé perder la conciencia y dejarme llevar, pero no ocurrió.
Solo seguí hundiéndome.
Pasaron meses, años, o quizá tan solo minutos, pero por fin toqué el fondo.
Me quedé ahí, flotando, tiritando de frío, de terror, de soledad o quizás de dolor, hasta que me di cuenta de algo. Aquello no iba a acabar nunca si me quedaba ahí quieta.
Después de pasar un rato auto-convenciéndome, decidí impulsarme y salir a la superficie.
Pero descubrí que no sabía nadar.
Me desesperé, dejé el tiempo pasar entre frustración y odio hacia mi misma y hacia aquel lugar en el que me habían confinado.
En pequeño destello de optimismo decidí aprender a nadar y así salir de aquel agujero.

Pero solo sabré si lo logré cuando tenga suficiente valor como para abrir los ojos.

martes, 28 de febrero de 2012

Rojo carmesí. (Parte I).

Cada momento de lucidez aumentaba mi jaqueca, al igual que esa luz azul y la voz de los dos hombres vestidos de uniforme sentados en el asiento delantero. El que conducía era quien llevaba el peso de la conversación, intentando sonar despreocupado, mientras que su compañero no apartaba la mano de su pistola, preparada para ser usada en cualquier momento. Usada contra mi.

Si hubiese prestado atención me habría percatado de las miradas nerviosas que ambos lanzaban al asiento trasero. Habría mirado a los lados y entonces me habría dado cuenta entusiasmada de que la causa de esa preocupación era yo. Y me habría reído.

Pero estaba demasiado ocupada admirando extasiada mis manos, mis piernas, mi vestido... Y toda la sangre que empezaba a secarse en ellos.

Dios santo, cuánta sangre. Siempre me había sentido atraída por la sangre. Es increíble. Ese color rojo, ese olor tan peculiar, y lo fácil que es derramarla.

Cerré los ojos.

Cuando eres un niño, te haces preguntas. Cuando no tienes alguien que sacie tu sed de respuestas, las buscas por tu cuenta. Yo soy un buen ejemplo. A los ocho años empecé a preguntarle a mis tíos, mi única familia, las únicas personas que quisieron hacerse cargo de mi, todo tipo de dudas. Ellos, con buena fe, me explicaron una noche el funcionamiento de los seres vivos. La idea de que el corazón hiciese tantas cosas me pareció fascinante, casi milagroso. Pero yo quería saber más. Quería saber qué pasaba cuando el corazón era atravesado por una aguja, quería saber más y más, siempre más. Pero mis tíos no supieron contestarme, así que me metí a la cama y me dormí sonriendo. A la mañana siguiente cogí las tijeras de podar de mi tía, y salí con mi gatito al jardín. Allí, decidí buscar respuestas. Aún puedo ver a mi prima mayor, las lágrimas cayendo de sus ojos, oír sus gritos llamando a sus padres. Yo seguía sonriendo, pero no quería verle triste, no me gustaba que la gente llorase, así que alargué mi mano ofreciéndole con cariño el corazón de lo que había sido nuestra mascota para que pudiese mirarlo de cerca ella también. No recuerdo nada más. Sólo la sangre, toda aquella sangre secándose al sol, y esa mirada en los ojos de mi familia. Esa mirada que me perseguiría hasta el día de mi muerte.

Abrí los ojos.

Y la luz me cegó. Parpadeé. Había estado pensando en voz alta. Por lo que había visto en las películas de serie B que tanto me gustaban, esto debía ser una sala de interrogatorios. ¿Cuánto tiempo llevaba allí? Estaba casi segura de que esa mujer de rasgos dulces y maquillaje de prostituta barata sentada frente a mi había apuntado toda la historia de mi gatito en ese cuaderno. Suspiré resignada. El shock tiene esas desventajas, pasas de estar en tu apartamento a estar en un coche de policía a... esto en un abrir y cerrar de ojos.

La mujer no apartaba sus ojos de mi. Decidí que me caía bien. Probé a sonreírle, quizá se sentía sola. Yo también me sentía sola a veces. Intenté mandarle ese mensaje mentalmente.

Pero cuando habló, no me expresó su gratitud por mi empatía hacia ella, y eso me decepcionó.
Se limitó a hacerme una pregunta seca y demasiado personal.

- ¿Por qué le mataste?
- Tenía curiosidad. Si mis tíos me hubiesen explicado qu...
- Basta. No hablo del gato, hablo de él. - Me cortó secamente mi nueva no-amiga, tendiéndome algo.
Lo cogí. Era una foto. En ella estaba él, tirado en el suelo. Sonreí. Incluso muerto, seguía siendo irresistible. El contraste entre su pálida piel y su sangre aún fresca hacían de la fotografía algo encantador.
- ¿Puedo quedármela? Es bonita. - Le pregunté alegre. - Me gustan las cosas bonitas.
- ¿Por qué le mataste? - Preguntó de nuevo. Chasqueé la lengua, no me gustaba la gente cotilla.
- Porque me gustan las cosas bonitas. Y él vivo no lo era.
- Explícamelo.
- Verás, ...

domingo, 26 de febrero de 2012

Grietas.

La lluvia mojaba su cara al mismo tiempo que lo hacían sus lágrimas. El sonido de sus tacones inundaba la calle vacía, proclamando su dolor dueño del lugar. Con cada paso se alejaba un poco más de su pasado, y a través de las gotas podía sentir el calor del infierno al que se acercaba. Ya no había vuelta atrás. Mechones de pelo mojados se pegaban a sus mejillas, y sus labios temblorosos narraban en apenas un susurro taciturno el melódico sufrimiento de su corazón roto.
Cuando llegó al paso de cebra paró en seco, sin inmutarse. Todo en ella pareció adoptar la calma impaciente de quien espera algo que sabe que nunca llegará. La luz del semáforo cambió. De rojo a ámbar. De ámbar a verde. Pero ella no hizo el menor amago de movimiento.
Rojo. Ámbar. Verde.
Los coches pasaban veloces frente a ella, el viento hacía bailar su vestido rojo a su alrededor, pero nadie se detenía.
Rojo. Ámbar. Verde.
El mundo seguía girando, la vida seguía adelante. Ella no.

viernes, 24 de febrero de 2012

Los ataques de hipo también ocurren durante un beso.

Hacía un año que no se veían. Ella había decidido aceptar una beca de estudios en el extranjero, y él... eso sólo él lo sabía.

Doce meses son muchos, pensaba ella mientras se intentaba arreglar. Ni una carta, ni una llamada. No sé nada de él desde hace trescientos ses... Bueno, un poco más, quizá. Dando por imposible convertir su lacio pelo negro en algo bonito, empezó a pintarse las uñas de la mano derecha. Quizá incluso esté casado, le chilló a su periquito. ¡Y puede que embarazado! No, espera. Eso no. Presa del pánico cerró el bote maldiciendo en italiano y lo tiró sobre la cama aún desecha. Se puso su vestido de topos y se miró al espejo. No pudo evitar reírse. Siempre había querido un vestido con esos pequeños animales por estampa. Era demasiado literal como para no adorarlo. Se puso las botas y salió dando un portazo mientras tiraba el monedero y el móvil en el interior de su bolso.

Perdió dos autobuses y casi le atropellan tres coches y un taxi, pero al fin estaba en la puerta de la cafetería. Podía verle a través de ella, y se quedó ensimismada mientras observaba el modo en el que daba vueltas a la cucharilla. Sigue tan guapo como siempre, susurró. Entonces la puerta se abrió, golpeándole. El impacto le hizo caer hacia atrás. Durante los siguientes dos minutos su desconocida atacante accidental se disculpó ochenta y dos veces seguidas.

Cuando por fin pudo zafarse de ella, caminó enfadada hasta la mesa en la que él de esperaba, con la cara roja y los ojos lagrimeantes de la risa. Su romántico saludo tras todo ese tiempo fue una sonora bofetada. Él clavo sus ojos asombrados en ella. ¿Qué coño ha sido eso?, preguntó. Perdona, he perdido los nervios..., se excusó ella nerviosa. En ese momento llegó el camarero, y mientras él le pedía una tila, ella no podía dejar de pensar en cuánto se arrepentía de no haberle saludado con un beso. Empezaron a hablar, pero no conseguían encontrar las palabras adecuadas, y cuando intentaban romper los silencios incómodos lo hacían a la vez, interrumpiéndose sin querer.

Ella se inclinó a besarle y él, sin darse cuenta de nada, tomó un sorbo de su café, haciéndola retroceder. Él intentó coger su mano justo en el momento en el que ella la apartaba para ponerse un mechón molesto detrás de la oreja. Todo era un estrepitoso desastre.

En el instante en el que ya no pudo más, ella cogió su bolso murmurando una excusa para huir de aquella situación. En el momento en el que su mano tocó el fondo se dio cuenta una cosa. O mejor dicho, de dos. No se había pintado las uñas de la mano izquierda, y se había olvidado las llaves en casa.
La sangre se apresuró a ocupar su puesto en sus suaves mejillas mientras se lo explicaba a aquel chico que le provocaba tantas dudas como suspiros.

Él sonrió. ¿No te importa, no? Si soy un estorbo... Balbuceó ella. Siempre hay sitio para ti a mi lado. Respondió el dulcemente, tomándole de la mano. Ella le besó con suavidad, y susurró en su oído unas palabras llenas de amor y complicidad. Espero que no te importe dormir en el sofá.

Un trocito de chica gato.

No me gusta la gente normal.
Es decir, en la sociedad hay una serie de pautas, unos moldes en los que debes encajar si quieres ser considerado "normal". Si lo haces, no me gustas.

No me malinterpretéis, no es que prejuzgue ni mucho menos. Me gusta tomarme mi tiempo para conocer a la gente, conocerles de verdad. No me gustan las apariencias, así que nunca me fijo en ellos. A mi me gusta el fondo. La personalidad lo es todo para mi cuando se trata de establecer relaciones con otros.

Tengo una gran facilidad para encariñarme con la gente, para quererlos y para confiar. Obviamente eso me pone en una situación muy peligrosa, me expone a recibir muchas decepciones y puñaladas, y es lo que suele ocurrir. Pero aún así no pierdo la esperanza, si de quinientas personas a las que he ofrecido un espacio en mi vida han merecido la pena tres me siento más que satisfecha.

Por supuesto los errores o las relaciones que se quedan por el camino no son siempre culpa de la otra parte. A veces conozco a una persona, profundizo en nuestra amistad a medida que voy descubriendo su personalidad y... me aburro. Puede que sea porque la persona en cuestión derroche normalidad, no sea suficientemente especial -no, no es lo mismo, pensadlo- o simplemente haya llegado demasiado pronto al fondo de su personalidad, sabiéndome a poco. Cuando llega ese momento soy incapaz de mantener la relación. No consigo tener conversaciones largas, me distancio... Es algo que no puedo evitar.

Esto me lleva a darme cuenta de que la gente a la que quiero, quienes realmente me importan, no puede ser clasificada como normal.
Paranoias, baja autoestima, obsesiones, pasado turbulento, soledad, trastornos de todo tipo... Esto es lo que vas a encontrar entre quienes tienen un trocito de mi corazón. ¿Por qué tiendo a juntarme con gente así? Se podría decir que es más problemático, más complicado. Pero para mi es una experiencia más plena, más atractiva y real. La gente complicada es a la vez interesante, siempre hay algo nuevo que contar, algo en lo que te entienden, algo con lo que ayudarles. Sabes que los sentimientos son de verdad, no de cartón piedra y papel maché. Cada pedacito de locura que añaden a mi vida es también un pedacito de intensa felicidad.

Lo tengo claro, yo encajo entre los que no encajan en ningún sitio. Yo soy como ellos, pero sin embargo no somos iguales. Cada loco tiene su propia locura, cada felicidad es sentida de distinta manera por cada uno de nosotros, y sin embargo está ahí porque están conmigo.

En resumen; siento especial afinidad con la gente extraña, no sé mantener relaciones con gente normal.
Que sea bueno o malo me da igual, solo sé que es, así que lo dejaré ser.

Incluso un final abierto es un final.

Todo lo que empieza, acaba.

El final existe, siempre está ahí, esperando su turno, preparado para arrasar con todo lo que en algún momento estuvo ahí.
Incluso la noche más larga, llena de dolor y miedo acaba.
¿Ese cumpleaños que llevas trescientos sesenta y cuatro días esperando? A las doce en punto ya es algo pasado.
Un amor que dura toda la vida llega a su fin el día de la muerte de quienes se amaban.

¿Y qué pasa cuando algo acaba? Que jamás volverá.
Da igual cuánto lo desees, da igual que intentes recrearlo.
Puedes creer que releyendo tu libro favorito jamás acabará. Mentira.
Ese libro terminó para ti la primera vez que lo cerraste, después de haber terminado el viaje en el que te embarcaron sus páginas.
Lo mismo pasa con las relaciones. Cuando acaban -cuando lo hacen de verdad-, no hay vuelta atrás. Alguien me dijo una vez que cuando te enamoras por segunda vez de alguien no te enamoras de la persona, sino de los recuerdos. Con la amistad es algo parecido.


Se podría decir que el final de las cosas es como la muerte; inevitable.
Pero estaríamos equivocados.

Hay algo especial en los finales. Igual que un fuego destructor siempre dejará cenizas, algo que llega a su final llena nuestra mente de esa magia llamada recuerdos.

Los recuerdos pueden ser algo maravilloso o algo devastador, todo depende que cómo haya sido el fuego del que provienen. Pero están ahí.

Para mi, los recuerdos son algo muy poderoso, algo que atesoro en rincones de mi mente, bajo tres candados y dos cadenas. Los recuerdos, ya sean malos o buenos, alegres o dolorosos, me fascinan. Probablemente sea porque me permiten revivir de segunda mano cosas que jamás pasarán de nuevo. Uso los recuerdos como sentimientos de segunda mano, refugiándome en ellos cuando necesito escapar del mundo real. Siendo absolutamente sincera, los recuerdos, junto con mi capacidad de soñar despierta, son la droga que me ha ayudado a seguir adelante en los momentos más oscuros.

Pero...
¿Sabéis la diferencia entre soñar despierta y recordar?
Que los recuerdos no dejan que olvide que si puedo refugiarme en ellos es porque mil veces he sido capaz de enfrentarme al mundo real, creándolos.
Así que si pude en el pasado, podré en el futuro.